Se podría dar el caso de que llegases a Albarracín de casualidad, sin pensarlo, o podría ocurrir todo lo contrario. Sea como fuere, observes este lugar con ojos nuevos o con otros más ilustrados, te sorprenda o te avive el recuerdo; la estampa anaranjada de este bello pueblo medieval te dejará boquiabierto.
Albarracín no puede separarse de su entorno, la villa se encarama en un cerro agreste, enmarcada por su extensa muralla, abrazada por la hoz del Guadalaviar, su rio serrano, y contrastada por los colores del cielo y de la vegetación de su vega. Se encuentra en el corazón de una serranía de escarpadas paredes rojas y bosques de pino rodeno, de verde intenso. Un escenario que nos ofrece un sinfín de posibilidades para entrar en contacto con la naturaleza y con la historia de los antiguos que habitaron el lugar: pinturas rupestres, un magnífico acueducto romano, ríos que nacen y ríos jóvenes y saltarines.
Pero Albarracín no siempre ha sido el conjunto armónico que en la actualidad encuentras. El pueblo, que hoy es uno de los más bonitos de España, y cuyo conjunto patrimonial aspira a ser reconocido por la UNESCO; es el resultado de décadas de trabajo encomiable, de recuperación y restauración de edificios y patrimonio, en ocasiones muy deteriorados. Trabajo hecho con esmero, con las manos, como se ha hecho el arte desde que los hombres primitivos decoraban las paredes de sus refugios de roca. Y aunque el yeso rojo, la madera y las tejas árabes siempre han formado parte de su esencia, los colores de la villa se habían diluido, desgastados por inviernos inclementes y faltos de la atención de las instituciones.
Es difícil saber a ciencia cierta cómo fue el Albarracín de las taifas, el que gobernaron los bereberes Banu Razin, en el que resonaban las canciones de los músicos andalusís más refinados, y el que soportaba estoicamente los asedios de enemigos cristianos y musulmanes. Pero gracias al meticuloso trabajo de artesanos, historiadores, arquitectos y de los albarricenses en general, la ciudad ha recuperado su intensidad rojiza, se han corregido muchos de los embates del tiempo, recreando lo que pudo haber sido un lugar tan magnífico.
Mientras los turistas abarrotan terrazas y miradores, atesorando instantes para sus galerías, pienso en todo lo que no se ve en esta ciudad, lo que esconde: a sus habitantes, que se convierten en hostaleros, cocineros, guías para ceder el protagonismo a los visitantes; los cables que se disimulan, las modernidades que pasan desapercibidas para preservar la esencia de lo antiguo; las horas y horas de trabajo de artesanos invisibles. Lo que no vemos.
Te propongo que te sumes conmigo a un desafío: el de viajar para disfrutar tú y los demás, de una forma equilibrada y sostenible. Con respeto y con comprensión hacia el lugar, la naturaleza y sus gentes. Aprender, observar, comprender, disfrutar y compartir; mejor en este orden.
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Si quieres conocer un poco más de la historia de las gentes que habitaron Albarracín. AQUÍ tienes un pequeño resumen.
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