Al llegar a Calaceite, lo primero que pienso es:
— Claro, se llama Calaceite porque fíjate en este mar de olivos que rodean el municipio, debe ser el origen del nombre.
Pues me equivocaba, en este caso, como en muchos otros, se trata de lo que los ingleses llaman un “falso amigo”. El nombre Calaceite deriva (se cree) de la palabra árabe qaala’a zayd (castillo de Zayd o castillo del señor).
Me acerco a Calaceite cuando los rayos de sol comienzan a reclinarse, me atrae el recuerdo de un paisaje soberbio que, en mi memoria, se corona desde el cerro de San Cristóbal.
El atardecer compone una melodía de luz al acariciar los restos del Despoblado Íbero de San Antonio. El paisaje es un espectáculo, al este la línea de montañas que se prolonga formando una uve con el Sistema Ibérico: la Tinença de Benifassà, Els ports de Beceite o Els Ports en Cataluña. En la zona más llana a nuestros pies los olivos son zarandeados por máquinas agitadoras que reclaman vorazmente su cosecha.
El inmenso olivar que nos rodea, junto con el almendro y la vid, forman la triada mediterránea. Conforma la base común de tantos pueblos próximos al mare Nostrum. El olivar se extendió en este valle principalmente en el siglo XVI, aunque sabemos que estaba presente mucho antes. Antaño el aceite de la comarca se producía a granel y llegaba a usarse para iluminar las farolas de la ciudad de París y de muchas otras. Hoy la oscura aceituna de Aragón, variedad autóctona obtenida por la técnica del empeltre, es origen de algunos aceites que compiten entre los mejores del mundo.
Los íberos que poblaron Calaceite: El poblado -o despoblado- de San Antonio
Atalaya elevada que ya servía de emplazamiento a nuestros ancestros íberos desde el siglo V ac. Aquí organizaron su ciudad alrededor de una calle mayor que, con imaginación, aún podemos intuir, a la que se adosaban las pequeñas casitas cuadradas.
Las casas íberas se levantaban sobre un zócalo de piedra de mampostería, que se terminaba con adobe para formar los tabiques y remataban con tejaditos planos creados con una mezcla de barro y ramas secas sobre vigas de madera.
La huella en forma de cuadrícula de piedra es lo que podrás ver en el alto. El resto lo tendrás que imaginar, para eso te puede ayudar mucho contar con un buen guía, alguien que te ayude a ver, lo que ya se ha perdido. En este viaje contraté el servicio de Civitatis con la inmensa suerte para mí, de que éramos los únicos miembros del grupo ese día y la visita se convirtió en una visita privada.
La parte baja, mejor protegida del viento y el frío tiene restos de viviendas con sillares de piedra más grandes, mejor trabajados. Seguramente la aristocracia del poblado ocuparía estas viviendas. Más tarde realizaremos la visita a los túmulos funerarios próximos, que debían pertenecer a los enterramientos de estas mismas élites.
Quedan restos de grandes espacios en los que se colocaban cuidadosamente ánforas y otros recipientes que pudieron servir como almacenes o como lugares de culto. O tal vez ambas cosas.
También se localizan los restos de una balsa de agua y de un torreón de más de 10 metros que protegería la puerta de acceso norte en torno al siglo III AC, el momento de mayor expansión del poblado.
En algún momento del siglo II AC este poblado ardió por completo, los depósitos de ceniza encontrados por los arqueólogos lo confirman. La fecha coincide sospechosamente con la de la ocupación romana.
A principios del s XVIII se construye aquí esta ermita, para cristianizar el lugar, aprovechando los restos de una vivienda íbera.
Más información sobre los íberos en estas tierras: https://www.iberosenaragon.net/
Calaceite, la villa medieval y renacentista
La villa de Calaceite en la ubicación actual está documentada desde el s XIII, época en la que muchos territorios del Maestrazgo y el Matarraña fueron cedidos por Alfonso II y Pedro II a diferentes órdenes militares. Calaceite cayó en manos de la orden de Calatrava en 1179. En estos siglos la ciudad creció siguiendo la típica estructura de callejuelas dentro de un espacio amurallado.
A principios del siglo XVII, con el renacimiento la villa de Calaceite crece y se remodela según las nuevas corrientes. Se inicia la construcción de la Casa de la Villa (ayuntamiento) en la Plaza Mayor, siguiendo el modelo de otras construcciones aragonesas: lonja cubierta con arquerías en la planta baja, en la parte superior la sala del concejo y una cárcel en los sótanos.
En los soportales de la plaza se realizaba el mercado, también aquí el Justicia de la villa realizaba los juicios e imponía las condenas. En las ocasiones festivas la misma plaza se adaptaba para realizar las vaquillas.
El derecho aragonés otorgaba a muchas villas el derecho a impartir su propia justicia, de acuerdo con sus propias leyes locales, que podían incluso ser contrarias a los fueros. En el siglo XVII hay datos sobre castigos que se podían imponer desde los concejos tales como la muerte por ahorcamiento, los destierros temporales o de por vida, azotes en público, galeras, incluso el arrastramiento y la descuartización. La pena de muerte podía aplicarse por delitos muy variados que iban desde el homicidio, pasando por la sodomía, la adulteración de mercancías y muchas otras.
En una de las columnas de la plaza se puede ver aún una medida de vara aragonesa incrustada en la piedra. Justo a los pies el humilladero, la piedra a la que se encadenaba a los reos que sufrían algún castigo público y que está erosionada por el uso.
Puedes realizar la llamada Ruta de las cárceles Mezquín-Matarraña y visitar muchas de estas antiguas cárceles que se conservan en la actualidad, no solo aquí, también en La Fresneda, Fuentespalda, Mazaleón, Monroyo, Peñarroya de Tastavins, Ráfales, Torre de Arcas, Torre del Compte y Valderrobres. Suelen estar abiertas al público y bien conservadas, son curiosas de visitar.
Del viejo castillo calatravo ya no queda nada, se destruyó completamente en1643 durante la Guerra dels segadors, las revueltas catalanas del s XVII. Su espacio lo ocupan hoy las torres de telecomunicaciones.
Del barroco tenemos la iglesia parroquial de La Asunción, encajonada entre calles estrechas, que sustituyó a la anterior iglesia gótica de Santa María del Pla, fíjate en los trabajados clavos de hierro de la puerta principal y en su torre inacabada.
Justo enfrente, como retando al poder eclesiástico, la Casa del Justicia de Calaceite una de las más bonitas del municipio.
De los siglos XVII y XVIII datan los portales-capilla de San Antonio y de la Virgen del Pilar, ocupando la cubierta de las antiguas puertas de la muralla, sus capillas escondidas tras portones de madera que solo se abren en la festividad del santo.
Merece la pena pasear por las calles y observar que muchas están bastante bien conservadas y restauradas. Recorre la calle Mayor y la calle Maella para fijarte en los detalles de escudos y portales de piedra, la arquitectura de sus edificios, los balcones decorados.
Calaceite, refugio de artistas.
A finales de los años 70, en pleno efecto expansivo de la literatura iberoamericana, Calaceite se convierte en lugar de peregrinación de artistas. Todo empezó con la llegada del escritor y periodista chileno José Donoso, amigo de intelectuales que visitaban su casa y que trajeron a un rincón del Matarraña a autores como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Carlos Fuentes. Las tertulias en casa de los Donoso actuaron como un imán para otros artistas que se hicieron con viviendas en el pueblo. Calaceite estaba de moda entre los intelectuales y poetas de su generación. El efecto llamada, se extendió a pintores y artistas plásticos, en varias oleadas. Un fenómeno cultural que se homenajea en la Plaza de los Artistas, con diferentes obras escultóricas.
De recomendable visita son el Moli de la Villa que alberga la casa taller de la artista ceramista Teresa Jassá y el Museo Juan Cabré (gratuito) de Arte, arqueología y tradición
Calaceite noctámbulo
Llega la noche, pero antes el cielo se torna de un añil profundo, intenso. Las farolas comienzan a encenderse, modernas antorchas eléctricas zumban arrojando su capa ambarina sobre los adoquines.
Disfruto paseando las ciudades de piedra al oscurecer, cuando sus ancianas piedras recuerdan historias olvidadas y los fantasmas de los poetas recitan versos desde las sombras. Mientras, las campanas de la iglesia suenan marcando otra hora bien vivida.
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